Sólo nos
es dada la esperanza por aquellos que no tienen esperanza
Walter Benjamin,
autor de este aforismo, murió el 27 de septiembre de 1940 cuando huía de los
nazis. Sucedió en el Hostal Francia de Portbou, el pueblo fronterizo más
septentrional de España, encajado entre los Pirineos y el Mediterráneo.
Tras dos días de
penosa marcha por la montaña, con el corazón enfermo y fatigado, parecía que en
Portbou iba a lograr por fin escapar del horror. Al llegar se dirige
confiadamente a las autoridades, portando el permiso de extradición a los
Estados Unidos. Allí esperaba reencontrarse con sus compañeros de la escuela de
Frankfurt y recuperar su libertad. La suerte no estaba con él ese día: justo esa mañana hubo orden de deportar a los
que llegaban. Los gendarmes lo custodian hasta el hostal y al día siguiente es
certificada su muerte, aparentemente por suicidio.
En sus bolsillos
llevaba apenas lo suficiente para pagar durante cinco años una plaza en el
cementerio municipal.
Benjamin era un
filósofo judío y marxista peculiar. Para él la verdad debía buscarse en los
márgenes de la historia: en los inadaptados, en los excluidos, en las víctimas:
en todos los que cuestionan con su mera existencia la autocomplaciente
narración del sistema y se convierten en interrogantes incómodos.
Es por ello que
debemos escuchar a los que todo futuro se niega. Porque al romper esa narración
optimista y alegre de la historia hacemos justicia. Y también impedimos que los
protagonistas y los vencedores perpetúen su victoria sobre las víctimas,
impidiéndoles descansar en paz. Hacemos
justicia abriendo fisuras en el metarrelato de la lógica del sistema. Porque
fue, en suma, el avance del progreso y la civilización el que nos ha llevado
directamente hasta Auschwitz. ¿No es acaso la Ilustración la cuna de la cultura
occidental? Pues busquemos en ella la semilla de los campos de exterminio: en
la todopoderosa razón ilustrada, símbolo
del progreso y el dominio de la ciencia sobre la naturaleza.
Para Benjamin no
sirven los ideales surgidos de abstracciones. Sólo de la solidaridad en el
recuerdo, a través de la experiencia singular del sufrimiento humano (Concreto
y Humano) puede brotar una ética que impida la repetición de Auschwitz. Porque la utopía se alza, fugaz al revivirse el
sufrimiento de las víctimas...
El destino final de
Benjamin nos invita, pues, a revivir su sufrimiento tanto como a leerlo.