martes, 14 de julio de 2015

Portbou,1940





   Sólo nos es dada la esperanza por aquellos que no tienen esperanza

   Walter Benjamin, autor de este aforismo, murió el 27 de septiembre de 1940 cuando huía de los nazis. Sucedió en el Hostal Francia de Portbou, el pueblo fronterizo más septentrional de España, encajado entre los Pirineos y el Mediterráneo.

   Tras dos días de penosa marcha por la montaña, con el corazón enfermo y fatigado, parecía que en Portbou iba a lograr por fin escapar del horror. Al llegar se dirige confiadamente a las autoridades, portando el permiso de extradición a los Estados Unidos. Allí esperaba reencontrarse con sus compañeros de la escuela de Frankfurt y recuperar su libertad. La suerte no estaba con él ese día:  justo esa mañana hubo orden de deportar a los que llegaban. Los gendarmes lo custodian hasta el hostal y al día siguiente es certificada su muerte, aparentemente por suicidio.

   En sus bolsillos llevaba apenas lo suficiente para pagar durante cinco años una plaza en el cementerio municipal.



   Benjamin era un filósofo judío y marxista peculiar. Para él la verdad debía buscarse en los márgenes de la historia: en los inadaptados, en los excluidos, en las víctimas: en todos los que cuestionan con su mera existencia la autocomplaciente narración del sistema y se convierten en interrogantes incómodos.

   Es por ello que debemos escuchar a los que todo futuro se niega. Porque al romper esa narración optimista y alegre de la historia hacemos justicia. Y también impedimos que los protagonistas y los vencedores perpetúen su victoria sobre las víctimas, impidiéndoles descansar en paz.  Hacemos justicia abriendo fisuras en el metarrelato de la lógica del sistema. Porque fue, en suma, el avance del progreso y la civilización el que nos ha llevado directamente hasta Auschwitz. ¿No es acaso la Ilustración la cuna de la cultura occidental? Pues busquemos en ella la semilla de los campos de exterminio: en la todopoderosa razón ilustrada,  símbolo del progreso y el dominio de la ciencia sobre la naturaleza.

   Para Benjamin no sirven los ideales surgidos de abstracciones. Sólo de la solidaridad en el recuerdo, a través de la experiencia singular del sufrimiento humano (Concreto y Humano) puede brotar una ética que impida la repetición de Auschwitz. Porque la utopía se alza, fugaz al revivirse el sufrimiento de las víctimas...

   El destino final de Benjamin nos invita, pues, a revivir su sufrimiento tanto como a leerlo.